lunes, 2 de enero de 2012

Una señora sube al metropolitano

Una señora sube al metropolitano. Tiene una gaseosa. La abre. El gas sale en exceso y se dearrama. De pronto se oye un grito a modo de reclamo, de alguien que andaba muy molesta: "Ayyyyy. ¡En el metropolitano está prohibido comer!". Me sacó de cuadro. Estamos de acuerdo en que no debe comerse en el bus, pero molestarse de esa manera es irracional. Volteé a ver quién era esta persona pero no llegué a verla.

    Por segunda vez intentó abrir su gaseosa, y para su mala suerte nuevamente el gas termina derramándose. Nuevamente se escucha el reclamo airado desde algún lugar del bus; un reclamo anónimo y exasperado, demasiado incómodo, como si fuera su alfombra nueva la que acaban de ensuciar, y como si fuera el delito más grave del universo lo que acaba de suceder.
   
    Ya miré con cara de desaprobación, mientras buscaba el origen de los reclamos. No podía ser posible que alguien reaccione así. Demasiado surrealista. Entiendo porqué puede uno ponerse algo incómodo o desaprobar la actitud de la señora de la gaseosa, ¿pero llegar a reaccionar con tal fuerza?
   
     La señora de la gaseosa la retó y le dijo "qué te pasa". La reclamona calló. Nunca supe quién era. Siempre recordaré lo rara que puede llegar a ser la gente. Sobre todo tengo miedo de yo ser así, sin saber.

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